DESCRIPCIÓN DE VITORIA-GASTEIZ EN 1679

Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, más conocida como «Baronesa d’Aulnoy» había nacido en Francia en 1651, era escritora y de noble familia y una de las cosas que escribió fue un libro de «viaje a España».
En ese libro (algunos autores dudan de que el viaje fuera realmente hecho por la baronesa), escribió su camino por tierras alavesas y en su carta segunda describe su acceso a Vitoria de la siguiente forma (24 de febrero de 1679):

Carta segunda
Acercándonos a Vitoria, cruzamos una llanura muy agradable. La ciudad esta rodeada por dos cercos de murallas, unas viejas y otras nuevas, aparte de las cuales no hay ninguna fortificación.
Cuando estuve algo repuesta del cansancio producido por el viaje, me propusieron para distraerme acompañarme a ver una comedia; pero esperando a que ésta principiara, vi con gusto llegar a la plaza cuatro numerosas cuadrillas de jóvenes, precedidas de tambores y trompetas, y después de dar algunos pasos comenzaron la pelea con bolas de nieve, tan vigorosamente arrojadas que daban fuertes golpes.
Más de doscientos adalides intervinieron en aquella lucha, y era de ver, como caían y se levantaban sufriendo tumbos y coscorrones, la gritería de todos y las rechinlas del pueblo.
Luego me aparte de aquel extraño combate para entrar en la casa donde la comedia debía representarse. Apenas me vi en la sala, escuché a mi alrededor un grito confuso de muchas voces que repetían ¡Mira, mira!
El decorado del teatro no era muy hermoso; el escenario se alzaba sobre unos toneles y unas tablas desunidas y mal puestas, las ventanas abiertas de par en par dejaban paso a la luz, pues allí no había ni antorchas ni teas, que aumentaran la ilusión del espectáculo.
Se representaba la Vida de San Antonio, y cuando los cómicos decían algo que gustaba, el público repetía: ¡Víctor Víctor! Esto es costumbre aquí.

El encargado de representar al diablo iba vestido como los demás, llevando solamente, para distinguirse de todos, medias coloradas y dos cuernos en la frente. La comedia tenía sólo tres actos, y en los intermedios representaban bailes y sainetes, acompañados aquéllos por el compás de arpas y guitarras, salpicados éstos por los chistes, algunas veces bien insustanciales, del gracioso.
Las cómicas danzan con la cabeza cubierta por un sombrerillo y tocando las castañuelas; en la zarabanda corren velozmente; su estilo no se parece poco ni mucho al francés; aquí las bailadoras mueven mucho los brazos y pasan con frecuencia la mano por encima del sombrero y por delante del rostro, con una gracia muy singular y atractiva; tocan las castañuelas primorosamente.
No imaginéis a estas cómicas de que hablo inferiores a las de Madrid. Las que figuran en los espectáculos que para el rey se celebran son algo mas elegantes, pero las otras, aun las dedicadas a representar comedias famosas son en su mayoría muy ridículas.
El público también aparece inconveniente algunas veces; por ejemplo, cuando San Antonio reza un confiteor (y lo hace con mucha frecuencia), los espectadores se arrodillan acompañando los mea culpa con tan fuertes golpes que parecen suficientes para hundir el pecho. Tal vez sería este lugar apropósito para describir los trajes, pero creo conveniente aplazar este trabajo para cuando llegue a Madrid. Entre dos descripciones de objetos parecidos, es necesario escoger la del más bello.
Entre tanto no puedo resistir el deseo de apuntar una moda extraña: todas las señoras de esta sociedad abusan tanto del colorete que se lo dan sin reparo desde la parte inferior del ojo hasta la barba y las orejas, prodigándolo también con exceso en el escote y hasta en las manos; nunca vi cangrejos cocidos de mas hermoso color.

Aunque llevo un pasaporte firmado por el Rey de España y extendido en amplia forma, me obligan a tomar una cédula en las Aduanas, porque sin este requisito me confiscarían los equipajes. – ¿De qué me vale, pues, el pasaporte del Rey? -pregunto a los empleados. -De nada – responden ellos; y añaden que para tener valor la firma del Rey, sería indispensable que el Rey mismo fuese a confirmar de palabra que había firmado aquel documento. Cuando un viajero no ha cumplido con las formalidades establecidas tomando una cédula, se arriesga mucho a ser despojado de sus bagajes. Es inútil excusarse alegando que un extranjero desconoce las costumbres del país: los empleados contestan secamente que de la ignorancia de los extranjeros se aprovechan los españoles. El tiempo borrascoso nos detuvo dos días más en Vitoria, cuya plaza principal tiene una hermosa fuente y esta cerrada por la casa de la villa, la cárcel, dos conventos y muchas casas bien construidas.
La ciudad esta dividida en dos barrios, el viejo y el nuevo; todos los vecinos van dejando aquél para recogerse con mas comodidades en éste. Abundan aquí los comerciantes ricos, ocupados en el tráfico del hierro que producen las minas y es llevado a todas partes.
Las espaciosas calles tienen a cada lado una fila de árboles. El monte San Adrián dista de aquí siete leguas.

En Vitoria, 24 de febrero de 1679

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